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Vodafone Paredes de Coura

El hábitat natural de la música

25 septiembre, 2015 / Sonja Pascual

Fotos: Hugo Lima y Sonia Pascual

A los pocos minutos de Gala Drop, el primer concierto del festival, se confirman las predicciones de lleno absoluto: gente haciendo cola a las puertas, deambulando por el pueblo, o buscando desesperadamente un hueco a la sombra donde acampar.

Dentro del recinto, los primeros asistentes bajan dando saltos de alegría por el anfiteatro natural al ritmo de la banda de Lisboa, que nos deleita con un sonido tribal a través del afrobeat más experimental. Cuando Ceremony se suben al escenario se escucha es “The L-Shaped Man”, el quinto álbum de esta banda que llevando diez años de carrera nos presentan una revisión del pos-punk al más puro estilo Joy Division. De la batería de Jake Casarotti solo sale su vertiente más punk y todo cobra sentido cuando suena “Sick”, una canción sobre el malestar que la sociedad produce en el ser humano, mientras el tronco tatuado de Ross Farrar canta salvaje poseído por el hardcore que le corre por las venas.

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Los también ingleses Blood red Shoes, entraron nostálgicos recordando su primera actuación en Paredes del Coura allá por 2009, y abriendo el show con el mismo tema con el que lo hicieron entonces “I wish I was Someone Better”. La guitarra sensual de Laura-Mary Carter y la enérgica batería de Steven Ansell nos conquistaron a todos proclamándose como la primera sorpresa de la noche.

Por fin llegó el turno de Slowdive que ante una multitud ya crecida solo los máximos fans consiguieron agolparse en las primeras filas. Esta banda de culto entró en el escenario al son de Deep Blue Monday de Brian Eno produciéndome un escalofrío que todavía me emociona. Con los cinco componentes preparados empiezan a sonar las guitarras eléctricas, etéreas y colosales de Goswell, Neil Halstead e Christian Savill , arropadas por la batería de Simon Scott y la suave voz de Rachel Goswell. Ante una atmósfera incomparable, que fue más allá del mero shoegaze o dream pop, fue como si crearan el habitat natural de la música. Aunque hubiera gente capaz de enturbiar el ambiente, más preocupada en criticar el paso del los años de Rachel y los demás, lo cierto es que cuando escuchas «Crazy For You», «Catch The Breeze», «When The Sun Hits» o “Dagger” sientes lástima de aquellos que con su simplismo no son capaces de captar la esencia de un grupo que es como el vino. Decidieron despedirse con Golden Hair de Syd Barret convirtiendo su actuación en lo mejor del festival hasta el momento.

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Sin duda dejaron el listón muy alto para TV on the radio, que para mi sorpresa empezaron con Young Liars de su álbum homónimo del 2003, para dar paso a las nuevas presentaciones como Lazerray o Happy idiot con la banda y el público en total sintonía. No dejaron de manifestar su preocupación por la seguridad de los espectadores, sobre todo cuando empezaron a tocar “Wolf Like Me» y algún temerario encenció una vengala. El desparpajo en el escenario de Tunde Adebimpe junto con los matices vocales de Kyp Malone hizo que la actuación se quedara corta. Media hora más hubiera merecido la pena.

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La segunda noche tenía nombre propio, pero el día empezaba temprano y con muchas cosas que hacer. El primer grupo en subir al palco principal en este segundo día fueron los portugueses Peixe Avião, que rodeados de compatriotas esparcidos por la hierba repasaron lo más conocido de su repertorio. Por fin el Palco Vodafone FM entraba en juego con los australianos Pond y su increíble directo. Fue media hora larga de disfrute culminando con su ya conocida Giant Tortoise. Le tocaba el turno a Steve Gun, que acompañado de tres músicos dejó a un lado su faceta más bucólica e improvisó su lado más rockero, intercambiando su acústica y su eléctrica con gran soltura y nitidez.

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Hubo que esperar casi media hora para ver aparecer al torbellino de Joshua Tillman en plena acción con su banda Father John Misty. Su directo fue envidiable aunque seguramente el público lo recuerde más por sus bailes, sus barbas y sus pelos locos que por su actuación. Los jóvenes daneses Iceage lejos de dejarnos fríos aumentaron la temperatura con su punk agresivo y provocador. Repasaron sus tres álbums en un concierto que fue necesario e incluso terapéutico para afrontar lo que quedaba de día. Con The Legenedary Tigerman, los veteranos de Paredes de Coura, tocaba reponer fuerzas. Desde la distancia parecían que intentaban contentar a la marea con una propuesta un tanto descuadrada, aunque muchos ya estábamos pensando en la próxima actuación.

Kevin Parker y los suyos entran en acción cuando su equipo de sonido y producción ataviado con bata blanca abandona el escenario. Después de una breve introducción empiezan con “Let it happen” lo más suculento del último álbum. Una apuesta segura y una gran carta de presentación para los que se quedaron con Lonerism como punto de referencia de la banda. Los cinco de Perth tocan bien juntos, suena todo muy nítido y perfectamente empastado aunque puede que sea eso precisamente lo que les haga perder frescura en el escenario. Después de unas inolvidables evocaciones a Currents, saltan al primer álbum Innespeaker con “It’s Not Meant To Be” y siguen con lo que ya han convertido en su himno, “Elephant”. Hacer y tocar canciones no sólo es su forma de vida, sino que todo sigue gravitando alrededor de ese proceso mágico que les conecta con todas las personas que asisten a sus conciertos cuando suenan hits como “Why Won’t They Talk To Me”, “Apocalypse Dreams” o “Feels Like We Only Go Backwards”. Todo lo que viniera después resultaría difícil de digerir.

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El viernes empezamos calentando con Grupo de Expertos Sol y Nieve Seguro que fue el concierto menos multitudinario del día, aunque la calidad musical y el sonido estuvieron a la altura de los mejores. Las Norteamericanas Waxahatchee nos presentaron el nuevo proyecto de la cantante y compositora Katie Crutchfield. Su sonido eléctrico recordó al rock independiente de los 90, con ciertas pinceladas de folk americano. Mark Lanegan llegó justo después abriendo su actuación con “Harvest Moon” y continuando con “No Bells on a Sunday” pero no fue suficiente para seducir al público que permaneció casi inmóvil sentado en la hierba. Quizá era cansancio, quizá aburrimiento.

Pero llegó el salvador de la noche, Charles Bradley, y sus Extraordinaires. Una máquina programada para hacer el mejor funk, y el mejor soul rodeado de teclados, metales y guitarras. Sus bailes, su fuerza y su voz siempre afinada nos trasladaron a otro tiempo. Se mostró agradecido y emocionado por tanto cariño y sus discursos de hermanamiento desataron los aplausos más sinceros de la noche. Un privilegio poder haber visto a este grande del soul en un entorno tan especial. La noche terminó a lo grande con The war on Drugs que por algo eran cabeza de cartel. Las guitarras cobraron todo el protagonismo, junto a un tímido saxofón demostrando que Lost in a Dream es un auténtico discazo.

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El sábado empezó con Fuzz depués de hacer una larga cola para entrar al recinto y perdernos casi todo el concierto de Nathalie Prass. Nos encontramos con una multitud tremenda abarrotando la carpa y con un esplendoroso Ty Segall poseído por una especie de locura eléctrica que pronto contagió al público viendo como saltaban por los aires. Likke Li se hizo esperar y desgraciadamente no estuvo a la altura. Sus letras dramáticas no acabaron de cuajar al público que ni siquiera llenó el escenario.

De una forma bien diferente salieron Mike Stroud y Evan Maslos, Ratatat, para mostrarnos el rock electrónico centrado basicamente en su último y magnífico trabajo. Sorprendieron con unas proyecciones psicodélicas de aves interactuando, medusas simétricas y un juego de luces que se mimetizaba entre las hojas de los árboles con cada riff . Para mí lo más destacable del último día junto a The Soft Moon que llegarían cargados de oscuros y viciosos sintes. Los hubiera puesto en otro horario menos destructivo, aunque canciones como “Black”no desentonaron en el ambiente. Un cierre de festival muy digno salvando la gran sesión del alemán Sascha Funke.

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Acaban cuatro días llenos de sorpresas, alegrías, risas y reencuentros mágicos. Gracias al buen gusto y la efectividad de la organización, el festival va creciendo cada año sin perder ese espíritu de libertad y armonía que tanto le caracteriza. Larga vida a PdC! Un placer.

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